La imagen de Nuestra Señora del Rosario, patrona inmemorial de la población sevillana de Burguillos y venerada en la parroquia de San Cristóbal Mártir de dicha localidad, ha centrado durante toda su historia, y lo sigue haciendo en la actualidad, la devoción mariana de sus habitantes. El cuidado que todos ellos han tenido a lo largo de los siglos de su Santo Icono y de sus enseres, ha hecho que el pueblo y su hermandad homónima, cuenten hoy con uno de los emblemas iconográficos más representativos del culto católico en Burguillos, y que a su vez se convierte en uno de los referentes esenciales del patrimonio historio-artístico de la propia villa.
A la hora de abordar la calidad artística de la mencionada obra, debemos detenernos en un primer momento, en un análisis formal y estilístico de esta imagen mariana, para continuar con la apoyatura histórica que nos permita comprender su entidad patrimonial.
Se trata de una imagen de candelero, que mide 1,51 m . de altura, realizada en madera conífera, con mascarilla de pasta policromada y encarnada, y con postizos como son los ojos de cristal, las pestañas naturales y una negra cabellera ondulada realizada en pasta de madera igualmente policromada. Su rostro, con unos rasgos faciales muy delicados y finos, es soportado por un potente y rotundo cuello que de forma recta hace inclinar el óvalo craneal hacia delante en una clara posición hierática. De su faz destacan sus ojos almendrados de mirada espiritual, perdida y amorosa, los cuales están perfilados por unas alargadas pestañas y enmarcados por unas arqueadas cejas que refuerzan la dulce mirada de Nuestra Señora. Se completa el icono con una nariz recta y alargada de aletas contenidas y una peregrina sonrisa que dulcifica más si cabe su belleza. Esta mascarilla se ve complementada por una policromía donde dominan los tonos blanquecinos y rosáceos, centrándose estos últimos en los carrillos y párpados, algo común en las encarnaduras dieciochescas.
En su estilizado y erguido candelero, de moderna factura y, como es habitual en este tipo de imágenes, sin interés alguno ya que su función primordial es la de recibir las mejores prendas para ataviar a la Madre de Dios, se engarzan además las manos con las que porta el cetro de Reina y a su Hijo. La del brazo derecho muestra sus dígitos totalmente flexionados, haciendo el simulacro de tomar el cetro argénteo, mientras que con la izquierda, y una posición totalmente abierta, toma al Divino Infante. El modelado de ambas es correcto, no siendo las originarias que eran mucho más elegantes y gesticulantes, las cuales aún pueden contemplarse en algunas fotografías antiguas.
Con respecto al Niño Jesús, habría que decir que se trata de una escultura de bulto redondo, de unos 50 cm . de altura y realizada igualmente en madera tallada y policromada, la cual presenta idénticos postizos que su Santa Madre. De agitada e inestable postura, se muestra sentado en el trono materno, con sus piernas flexionadas y dispuestas en posición diagonal, mientras que sus brazos se adelantan, para con la mano derecha bendecir de forma trinitaria, y con la izquierda mostrar el orbe de plata que en la actualidad no posee. Lo más destacado si cabe es su rostro que representa una clara cercanía con la belleza delicada de su Madre, en la que los ojos postizos y cristalinos ligeramente entornados, su pequeña nariz y su carnosa boca entreabierta recuerdan mucho a los rasgos faciales maternos. Su rizado cabello negro que enmarca su rostro y deja ver en parte las orejas, contrasta con la blanquecina policromía, la cual reproduce los mismos detalles rosáceos en carrillos y párpados, contrastado con la del resto del cuerpo que no está tan conseguida, posiblemente debido a que su función no era la de ser vista sino la de recibir los atuendos bordados con los que aún hoy día viste tanto en su altar como en su salida procesional.
Finalmente, no podemos olvidar para concluir con el análisis de la Virgen, la peana de nubes y querubes donde se erige el candelero que a pesar de no ser de la misma calidad técnica y estética que presenta la imagen, se convierte en un referente básico en la consecución del Simulacro Mariano. Asimismo, las preseas argentíferas con que se adornan a las imágenes, el santo rosario que cuelga tanto de las manos de la Virgen y del Niño, así como el referido cetro, son elementos esenciales en la plasmación de la iconografía de su advocación, que se ve apoyada a su vez por el manto rojo y la saya blanca, ambos bordados, que luce los días de su festividad y que son sus colores litúrgicos.
Sin embargo, todo este aspecto formal e iconográfico que acabamos de analizar y que presenta en la actualidad la Virgen, es el resultado de numerosas intervenciones desde que aquel anónimo escultor efigiaza esta Santa y Sagrada Imagen. Los datos históricos tenidos tanto de la hermandad como de la escultura así lo ratifican, por lo que seguidamente expondremos los mismos para concluir nuestra exposición con las hipótesis sobre la antigüedad de la imagen y las restauraciones y añadidos que ha sufrido a lo largo de su larga historia.
Los referentes documentales tenidos hasta el día de hoy certifican lo vetusta de una devoción y de una escultura que sin lugar a dudas es una de las piezas más antiguas que guarda la parroquia. Estos datos históricos van indisolublemente unidos a los avatares históricos de su cofradía, cuyos orígenes inciertos actuales investigaciones los remontan al siglo XVI, momento en el que ya un grupo de hermanos daba culto a Santa María, la cual a partir del siglo XVII tomaría la advocación del Santo Rosario. De este periodo serán los primeros datos que alertan de una imagen de candelero venerada en la parroquial y que poseía un importante ajuar de bordados y plata. Esta antigüedad parece corroborarse si tenemos en cuenta que durante el siglo XVIII la hermandad mantiene la misma escultura como centro de su devoción, ya que en su libro de cuentas, que abarca de los años 1710 a 1850, nada se dice de una suplantación de la escultura, sino de una serie de remodelaciones y restauraciones que le dieron la apariencia dieciochesca que a primera vista presenta. Postizos, nueva policromía y posiblemente un Niño Jesús nuevo, fueron los elementos que se le añadieron a la antigua talla. Adaptaciones a las modas temporales se continuaron imponiendo en la misma, destacando algunas de las que se tiene constancia documental como las que se ejecutaron entre los años 1838 y 1839, posiblemente por aquel mismo escultor sevillano que había hecho lo propio con el titular del templo, Diego Delgado. Ya en el siglo XX, habría que añadir también la ejecución de la peana de nubes a principios de esta centuria y la remodelación que en 1976 realizó el escultor Manuel Domínguez, el cual transformó considerablemente la fisonomía que durante los siglos XVIII y XIX se le había dado a la Virgen, añadiéndose ahora nuevas manos que sustituyeron a las originarias, en la actualidad en paradero desconocido. No obstante, gracias a la magistral intervención del profesor y restaurador D. Juan Manuel Miñarro efectuada en el año 1993, se consiguió devolver a la Sagrada Efigie gran parte del aspecto que tuvo durante la centuria dieciochesca, dando a conocer además unos rasgos formales y técnicos vitales y esenciales para el propio conocimiento de los orígenes y devenir histórico de la misma.
Así pues, podemos concluir nuestro análisis histórico-artístico, afirmando la importancia, envergadura y calidad de una imagen que posiblemente hunde sus raíces en los talleres de imaginería del siglo XVI. De esta época tan sólo conserva la cabeza de rasgos de fuerte sabor clásico, a lo que habría que añadir el referido grosor del cuello que la soporta, los cuales recuerdan fórmulas propias de la escuela escultórica sevillana de la segunda mitad de esta centuria, dentro de la corriente estética manierista. No obstante, bien es cierto que posiblemente por el fuerte deterioro de la imagen, por darle un aspecto más barroquizante, o por otra causa que se nos escapa, en los años centrales del siglo XVIII sufrió una fuerte remodelación, siendo en este momento cuando también se le añadió la cabellera al originario icono, se le colocaran los ojos de cristal y los restantes postizos antes aludidos, además de una nueva policromía que borrará cualquier huella de la anterior y que es la que actualmente presenta. Sin embargo, el elemento esencial e innovador que ahora se le añade, será el Niño Jesús, obra de escultor igualmente anónimo que, siguiendo las pautas marcadas por el rostro de su madre, supo darle con gran maestría ese parecido lógico de su vínculo materno-filial. Por ello, no es de extrañar que siempre se haya catalogado la imagen como propia de los talleres sevillanos dieciochescos, sin que se apreciara la verdadera antigüedad de la Madre y Señora de Burguillos.
Por lo tanto, y ante lo aquí expuesto, tan sólo nos quedaría añadir, que además de la aludida y reconocida calidad artística de la pieza, la fuerte devoción que despierta entre los burguilleros y el amor tan arrollador que éstos tienen a su Madre, bastarían para que fuese considerada la más bella creación que se conserva y venera en este pueblo sevillano.